Tras un segundo capítulo de enfrentarse a la realidad y un
parón para meditar sobre lo que nos espera en los inicios de la barbarie zombie,
arrancamos la semana con cambios importantes. Nuestros protagonistas se topan
de cara con la realidad, aquello que sólo eran rumores del freak de la clase
ahora llama a su puerta y viene muy hambriento.
Arrancamos la sesión con nuestra familia numerosa dividida:
por un lado tenemos al padre preocupado en huir sin aceptar muy bien qué le
ocurre a la gente. La mentalidad de negación sumado a la ultraprotección
justificada siguen encerrados en una peluquería anti zombies improvisada. Pero
aquello no va a durar mucho, y con los primeros síntomas de nerviosismo entre
su recién descubierta familia adoptiva y la manifestación “luchemos por los
derechos de los caminantes” la cosa se pone interesante.
Por otro lado tenemos a la super-mother del año, que además de ir a por su alijo secreto es
capaz de amenizar la primera noche del apocalipsis con un Monopoly. La cabeza
de familia tiene puestos los pantalones y es más realista en cuanto a las
circunstancias que les rodean: teme lo que no conoce pero tampoco se lo piensa
dos veces a la hora de asaltar casas y/o partir cráneos.
Mientras unos corren desesperados hacia un medio de
transporte que les saque del “infierno” (con lesionados por el camino), otros
aprovechan para hacerse a la idea y comenzar a dudar de todo lo que les rodea.
A excepción de Alicia claro, que vive en su mundo adolescente de enamorada de
un caminante incapaz de darse cuenta de que un zombie se quiere comer a su
madre.
La dualidad nos permite observar esos pequeños cambios que
son la antesala de la destrucción total de la humanidad a base de mordiscos. El
viaje en camioneta al hospital más cercano (reacción más que lógica) nos enseña
que en realidad son el lugar donde más infectados habrá, donde el pánico se
apoderará de la gente que se queda sin auxilio. Una mujer en bata, tiroteada
varias veces hasta su derrumbe, es lo único que necesita Daniel Salazar para
darse cuenta de qué está pasando. Y parece mentira que con tanto Hollywood y
paranoico suelto, sea la cultura latina la que no pestañee dos veces antes de
aceptar que el Día del Juicio Final zombie ha llegado.
Por otro lado tenemos al Team-Monopoly, que refleja esa
supervivencia de barrio, donde todo aquel con mucho apetito carnal será un
conocido tuyo. Lejos de la brutalidad y la inmensidad social, nos acerca al
conflicto interno y cercano, el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Con los
ladridos que dan nombre al capítulo saltan las alarmas, y es entonces cuando
Nick en un alarde de lógica decide allanar la casa contigua para armarse hasta
los dientes (y que el yonkie sea el único sensato dice mucho de esta serie...).
Como es normal no todo va a salir perfecto en nuestro primer
asalto del caos: te dejas la puerta abierta con un perro dentro que ladra al
son de “entrar a comerme, malditos caminantes”, sales corriendo y te dejas los
cartuchos, dejas a tu hija-no-tiene-ni-idea-de-que-está-pasando atrás y por su
fuera poco, apuntas con un arma que no sabes usar. ¡¡Premio a los
supervivientes!! A todo esto la familia se junta de nuevo para limpiar el salón
de zombies. Menos mal que el peluquero entiende de ataques caníbales y le peina
las cejas al vecino revivido.
Los adultos comienzan a reconocer aquello que parece
imposible, esa trama lejana de las películas de terror ahora está ocurriendo.
Ha llegado el momento de tratar las cosas claras, de imponer la ley del más
fuerte y de matar a todo aquel que me mire con ojos golosos. La gente muere y
vuelve. Y esa persona que te cuidaba de pequeña ahora te ve como una pechuga de
pollo.
Que recuerdos de aquellos comienzos en los que todavía había
dudas sobre si matar a un muerto viviente era inmoral o no. ¿Existirá una cura,
hay alguna opción para devolverle a la normalidad? ¿Es asesinato o
supervivencia? ¿Mi humanidad o mi familia? ¿La moralidad es un síntoma de
debilidad? Ese momento martillo-vecina, mezcla de piedad y necesidad de
sobrevivir, se ve eclipsado por el imperativo de buena voluntad. Distintas opiniones
se cruzan en este grupo y todas ellas son válidas.
Cuando parece que sus caminos empiezan a separarse la ley de
“nunca dejes a un zombie vivo si puedes matarlo” nos golpea en la cara con el
regreso de ese marido a los brazos de la caminante Susanne. Resuena un “te lo
dije” mientras Madison ve realizados sus peores miedos.... o eso pensaba antes
de que entre en acción el ejército. El sonido de la salvación viene en forma de
armas automáticas y camuflaje: el símbolo de la esperanza y de las respuestas
que todos están esperando, cuando en realidad ya sabemos que ni son una cosa ni
la otra.
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